Los estudios geotécnicos de edificación determinan, para el subsuelo existente en el emplazamiento, cual es la cimentación más adecuada, que al tiempo que garantiza la eficiencia económica de la obra, asegura la estabilidad general del terreno, manteniendo los asientos dentro de límites razonables. Los posibles riesgos geológicos tales como la presencia de suelos muy blandos, la expansividad, el colapso, los procesos de disolución, la agresividad, o el riesgo sísmico, pueden ser analizados, y razonablemente resueltos con las consiguientes medidas de corrección y/o prevención.
Sin embargo hay ocasiones en que el riesgo geológico plantea serias dificultades, que pueden hacer aconsejable la modificación del proyecto, o incluso un cambio en su emplazamiento. Sería el caso de algunos edificios situados en zonas inundables, con marcada subsidencia, o en laderas inestables, donde el coste de las medidas correctoras puede superar con creces el coste económico de la construcción. Antes de que la propiedad o impulsor de la obra tome una decisión de este tipo, el geotécnico deberá explicar muy bien cuales son sus razones, proceso durante el cual se verá sin duda sometido a fuertes presiones.
En un entorno urbano como el de Barcelona no es nada habitual que esto ocurra, pero si además el proyecto es de gran envergadura, como el Palau Sant Jordi, en la anilla olímpica de Montjuïc, se comprenderá que el cirio montado puede ser de órdago.
Sin embargo hay ocasiones en que el riesgo geológico plantea serias dificultades, que pueden hacer aconsejable la modificación del proyecto, o incluso un cambio en su emplazamiento. Sería el caso de algunos edificios situados en zonas inundables, con marcada subsidencia, o en laderas inestables, donde el coste de las medidas correctoras puede superar con creces el coste económico de la construcción. Antes de que la propiedad o impulsor de la obra tome una decisión de este tipo, el geotécnico deberá explicar muy bien cuales son sus razones, proceso durante el cual se verá sin duda sometido a fuertes presiones.
En un entorno urbano como el de Barcelona no es nada habitual que esto ocurra, pero si además el proyecto es de gran envergadura, como el Palau Sant Jordi, en la anilla olímpica de Montjuïc, se comprenderá que el cirio montado puede ser de órdago.
A mediados de los años 80, tuve la oportunidad de participar muy activamente en todos los estudios geotécnicos de la Anilla Olímpica de Montjuïc. Se conocía de antemano que el solar destinado al Palau, había sido una antigua cantera, rellenada después como vertedero de residuos urbanos, pero se consideraba que con cimentaciones profundas todo iba a quedar bien resuelto.
Es bien sabido que desde la época preromana, de la montaña de Montjuïc se ha extraído la arenisca silícea Miocena con la que se ha construído una buena parte de los edificios históricos de la ciudad, Santa María del Mar incluída, como todos los lectores de novelas saben. También se valoraba mucho la calidad de la arenisca para hacer piedras de molino. Se calcula que se han excavado un total de 12 Hm3, y para que esta cifra no nos deje indiferentes, ello corresponde a 20.000 veces el volumen del edificio de la Pedrera.
Esta arenisca corresponde mayoritariamente a la formación Morrot, constituída generalmente por dos estratos horizontales de arenisca masiva, diaclasada verticalmente, con un espesor conjunto de 25 m.
No sólo se extraía la arenisca silícea, sino que también se aprovechaban las capas de arenas arcillosas existentes en la base de la arenisca. Es la “terra d’escudelles”, que aún utilizaban nuestras abuelas para fregar cacerolas (o al menos la mía, por parte paterna), hasta mitad del siglo XX.
Para extraer la piedra, se abrían galerías en la base del estrato de arenisca, dejando grandes pilares rocosos, que al ser dinamitados, causaban el colapso del frente.
En la foto aérea adjunta, del año 1947, puede verse una buena parte de las excavaciones originadas, existiendo cerca de 25 explotaciones utilizadas aún durante el siglo XX. No fue hasta 1.955 cuando el Capitán General de Cataluña ordena cerrarlas, por considerar un peligro las voladuras. Ciertamente, la dinamita es mucho más segura cuando se utiliza en la guerra.
No sólo se extraía la arenisca silícea, sino que también se aprovechaban las capas de arenas arcillosas existentes en la base de la arenisca. Es la “terra d’escudelles”, que aún utilizaban nuestras abuelas para fregar cacerolas (o al menos la mía, por parte paterna), hasta mitad del siglo XX.
Para extraer la piedra, se abrían galerías en la base del estrato de arenisca, dejando grandes pilares rocosos, que al ser dinamitados, causaban el colapso del frente.
En la foto aérea adjunta, del año 1947, puede verse una buena parte de las excavaciones originadas, existiendo cerca de 25 explotaciones utilizadas aún durante el siglo XX. No fue hasta 1.955 cuando el Capitán General de Cataluña ordena cerrarlas, por considerar un peligro las voladuras. Ciertamente, la dinamita es mucho más segura cuando se utiliza en la guerra.
Fue salir del fuego para caer en las brasas, ya que rápidamente el desarrollo de los años sesenta, y el aumento demográfico de la ciudad, que llenó de 6.090 barracas y 30.000 personas las laderas de Montjuïc, llevó a que varias de las canteras fueran rellenadas con las basuras urbanas. Esta situación se prolongó hasta 1.971, cuando después de unas fuertes lluvias que dejaron casi 200 l/m2 en la ciudad (ya se sabe, la meteorología siempre es la única culpable), se rompió un dique de contención de la cantera del Mussol, con lo que una riada de desperdicios inundó el ya de por sí degradado barrio de Can Clos. En algunas viviendas la basura alcanzó medio metro de altura. Desde aquel momento la basura, que se empezó a denominar con el aséptico y mucho más higiénico término Residuo Sólido Urbano, se llevó al macizo calcáreo del Garraf, donde continuó contaminando cuevas y aguas freáticas, y causando asfixia mortal a un espeleólogo desprevenido.
El proyecto arquitectónico del olímpico Palau Sant Jordi, obra de Arata Isozaki, tenía una cubierta diferente de la actual, y mucho más bella (también más cara), ya que estaba irregularmente ondulada, semejando las olas del cercano mar. También se emplazaba en un sitio distinto del actual, en el extremo oeste de la anilla olímpica, cerca de donde ahora está el edificio del INEF.
En la campaña geotécnica, los sondeos detectaron un importante espesor de basuras, hasta 30 m en algún sector. Habían sido vertidas en la cantera del Marbre, vecina de la cantera Safont, donde ahora hay el estadio Serrahima, también con un subsuelo de basuras que hacía que la pista de atletismo, por la que corrí muchas veces, tuviera pequeñas subidas y bajadas, para delicia de los atletas. Mientras tanto, las empresas de pilotaje se frotaban las manos ante tamaña obra que les caía del cielo.
Perforando uno de los sondeos, advertimos que por su boca salía un gas caliente. Los sondistas son gente ruda con la que tengo el placer de compartir mi día a día, y ya llevo más de 30 años en este oficio. A uno de ellos, que no había hecho el curso de prevención de riesgos (porque aún no se hacían, pero si lo hubiera hecho habría actuado igual), no se le ocurrió otra cosa que encender un papel y arrojarlo al orificio, con lo que un poco más y se va al cielo (mejor al infierno), junto con la máquina de sondeos, que por cierto estaba ya bastante deteriorada. Al estilo de las películas con pozos de petróleo incendiados, llegó el héroe, es decir yo, apagando la llama hechando un capazo de tierra en la embocadura del sondeo.
Era metano, y comprobaciones posteriores mostraron que en el interior de las basuras se alcanzaba una confortable temperatura de 50ºC. Acabábamos de descubrir el biogás, y hasta la geotermia de baja entalpía, pero en aquel momento no se pensaba en estas cosas tan ecológicas. Hasta había un acuífero de aguas no muy cristalinas en la base de las basuras.
En aquel momento vino a mi memoria un recuerdo de infancia, en la que en alguna ocasión, mis padres me habían llevado de paseo por Montjuïc, y de regreso a casa, al atardecer, se veían misteriosos fuegos fatuos en el vertedero que ahora perforábamos. Eran combustiones espontáneas de metano, que producían una tenue y oscilante luz azulada.
Hacer pilotes de 30 m es una cosa, pero tener un Palau Sant Jordi con emanaciones del inodoro pero explosivo metano circulando libremente por los sótanos, como un fantasma amenazador, es otra. Por ello se decidió sabiamente cambiar de emplazamiento, lo que fastidió mucho a gente no tan sabia, pero dió más trabajo a los geólogos (sabios o no), ya que había que hacer una nueva campaña de sondeos geotécnicos.
El nuevo emplazamiento volatilizó también la cubierta ondulada de Isozaki, que se perdió en el traslado. El caso es que donde se edificó finalmente el Palau, también había basuras, pero en este caso el espesor era de sólo 10-12 metros. Para no tener problemas con el metano, durante un mes de Agosto, cuando la ciudad producía menos residuos porque el personal se iba de vacaciones y el vertedero de Garraf no estaba tan solicitado (ahora con el turismo y la crisis que impide irse, ello no habría sido posible), se excavaron las basuras y se llevaron a Garraf.
En la fotografía, aparte del cartel de Peligro: No Fumar, puede verse como las basuras pueden excavarse con taludes verticales, temporalmente estables, ya que los plásticos y tejidos forman una estructura entrelazada, que dota de una notable cohesión aparente al material.
En la otra fotografía se observa una pequeña inestabilidad, por compactación deficiente, en uno de los terraplenes que también hizo falta construir. Al fondo se ve el Estadio Olímpico, durante su reforma, pero ello es otra historia, que me reservo para una nueva ocasión.
Isla de Baffin.
En 1.994, mi esposa y yo, hicimos una solitaria caminata de 15 días por la isla de Baffin, en el ártico canadiense. Llegamos a Iqaluit, su capital, habitada por nativos inuit, donde nos alojamos en una casa con magníficas vista. Posteriormente volamos a la pequeña aldea de Pangnirturng, donde recogimos el permiso que habíamos solicitado meses antes, y donde fuímos aleccionados sobre como actuar en el caso de encontrar osos polares (quedó claro que seríamos devorados). Allí alquilamos los servicios de un pescador, que nos llevó al fondo del fiordo, donde acordamos que nos recogiera al cabo de dos semanas.
Estábamos en el parque nacional de Auyuittuq, al sur del casquete glacial de Penny, y a lo largo de los días remontamos el valle glaciardel río Weasel, dejando a nuestro lado imponentes picos graníticos, como el Thor que con su vertical cara norte supone un gran reto para la escalada. Cruzando las llanuras proglaciares de los valles laterales, experimentamos las arenas movedizas, causadas por flujos de agua ascendente, que nos hicieron retroceder varias veces sobre nuestros pasos.
Durante el camino, disfrutamos de bellos paisajes glaciares, como este en el que el hielo y las morrenas obturan el valle principal, originando un lago de obturación glaciar, con agua de distinto color, el Summit lake.
Nuestro objetivo era llegar a la base del pico Asgard. Primero lo intentamos por el glaciar de Turner, pero el mal tiempo lo impidió. Después por el sur pudimos ascender por otro glaciar, hasta tomar esta fotografía.
4 comentarios:
La història de les pedreres/abocadors de Montjuic m'ha semblat genial. A veure si fas un llibre que reculli història de la ciutat/geologia! Per cert, em sembla que l'espeleòleg del Garraf va morir per una explosió no d'asfixia, però no ho ser segur...
Gracias Albert, he pasado un buen rato leyendo tu artículo.
juanjo
fantàstic post Albert, merci
joan
Moltes gràcies pel teu temps. M'ho he llegit tot de pe a pa !!
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